Saboreando los detalles de Lisboa.

Lisboa sigue siendo una desconocida para muchos españoles que prefieren la fama y grandiosidad de París o Roma. Incomparable con estas, Lisboa es una ciudad que engancha no por sus monumentos sino en el paseo, cuando se pueden saborear los detalles, el aire, los colores y el espíritu de una ciudad que fue arrasada y reconstruida. Combina de manera peculiar sus raíces, como parada obligada en las rutas comerciales a lo largo de los siglos, de donde surge su carácter cosmopolita, sin abandonar la peculiaridad del carácter luso.

Para conocerla hay que pasear, subir con esfuerzo sus intrincadas calles. Para vivirla, hay que perderse y dejarse guiar por el instinto descubriendo rincones que deslumbran aunque sean sombríos.

Asentada en el estuario del Tajo, Lisboa se nos muestra a través de sus distintas caras o barrios. La Baixa, con sus amplias avenidas y majestuosas plazas, separa en un corte profundo los barrios de la Alfama que, frente al río mira de lado al barrio Alto y al Chiado, cada uno de ellos con su particular historia.

La Lisboa de hoy se entiende conociendo su historia. En el promontorio de la colina del castillo de San Jorge, romanos y árabes crearon una cuidad parada obligada en las rutas comerciales. La villa fue creciendo en todas las direcciones, y así nació la Alfama, el animal mitológico según Saramago. Decadente no por dejadez sino porque desde sus comienzos fue arrabal, este barrio de pescadores, hoy plagado de turistas, sigue atrapando al paseante que sin aliento corona sus miradores y sin aliento sigue ante la magnífica vista del imponente estuario.

En Alfama hay que dejarse llevar e ir descubriendo no sólo las iglesias, asentadas en tierra de luchas de los cruzados por la reconquista, o como la erigida en honor a San Antonio, patrón de la cuidad, en el lugar donde este nació, también hay que recorrer las callejuelas sin miedo a perderse, saborear el colorido de las fachadas de azulejo, las minúsculas tascas a la que acuden los vecinos, sentir que la ordenación urbanística no impuso aquí su fría uniformidad y que aún podemos ver ropa tendida, música tradicional, que más que perturbar se convierte en la banda sonora al paseo, o parrilladas populares en los días de fiesta que inundan el aire con olor a mar.

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